lunes, 26 de agosto de 2013

Infancia

Hace veinti... "taitantos" años solía llevar estas manoplas. Recuerdo perfectamente aquellos días, la sensación de cosquilleo de esas alitas a los lados de las manos y el cuidado con el que lo tocaba todo para que no se estropeasen. Hoy apenas me caben dos dedos dentro de cada manopla.

Es extraño encontrar algo de tu infancia, aún con la sensación de que fue ayer cuando lo usabas o cuando jugabas con ello, y darte cuenta de que ha pasado una eternidad entre medias.

Fue una infancia bonita, de esas que te enseñan a querer a tus padres y a tu hermana por encima del bien y el mal. Fue tan bonita que recuerdo cada minuto de ella mejor que cualquier instante ocurrido ayer.

Los pequeños detalles tenían el sabor mismo de la felicidad. No teníamos lujos materiales, ni hacíamos grandes viajes, ni nada parecido, pero hasta la más mínima simpleza era mágica.

Recuerdo con especial cariño cómo aquel coche sauna se atrancaba cada verano por esas carreteras infernales, o cómo los demás niños presumían del último modelo de videoconsola y yo era feliz con aquella que ya estaba descatalogada, o cómo el sólo hecho de ver a Urkel en la vieja Thompson hacía que salir del colegio fuese una gozada aún mayor. Hoy escribo estas palabras desde un iPad último modelo y lo que me hace verdaderamente feliz es encontrar una manopla con forma de pájaro medio descosida.

Cuando eres un niño quieres ser mayor, y cuando ya lo eres darías lo que fuese por volver atrás. Trato de recordar en qué momento dejé de ser niño, y me niego a pensar que fue en la etapa del bullying, en la etapa del alzheimer o cuando coincidí con aquel viejo que olía a alcohol. Cuantas más vivencias, más fuerte te haces, y cuanto más fuerte te haces, más sigue en ti de aquel niño... Y aquel enano sigue vivo y cada vez más.

He aprendido a perder el miedo a hablar, como cuando era un niño y las pocas palabras que decía salían de bien adentro. Para mucha gente abrir el alma puede ser traumático, a mí me hace libre. Es por eso que hoy, como cada día, escribo lo que pienso y lo que siento, y hoy me siento niño.

Cuando te sientes de nuevo como en aquellos años, todo lo malo que haya podido ocurrir desde entonces se disuelve y se convierte en las cenizas de un difunto que nunca llegó a existir.

Sigo siendo aquel niño, aunque maquillado de años.

 

Hoy, más que nunca, gracias por leer esto. Seas quien seas.

 

6 comentarios:

  1. Por algo me encantan los niños, te recuerdan aquello que no debes perder.
    Yo espero no perderlo nunca, no perderme.
    Un saludo!

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  2. Cuánta razón, Victoria. Y que no se pierda :)

    Saludos!

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  3. Bueno, tenía ganas de pasearme por estos mundos! Este ha sido el primer post que he leído y que quieres que te diga...me he emocionado mucho. Mucho. En parte identificada y en parte con una gran admiración por toda esa valentía mezclada con infinidad de ternura en tus palabras. Me ha encantado la última línea. No cambies nunca!!

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    1. Qué alegría verte por aquí, Cris! :) El nombre del blog no tenía pérdida jeje.
      Qué emoción leer el comentario, muchas gracias por todo lo que dices, ainss :)
      No cambies nunca tú tampoco!!

      PD: A ver cuándo está listo tu blog eh! Hay ganas de echar un ojo cuando lo tengas.

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  4. Jo... y que me emocione al leer cosas de estas... me encanta la manopla, y me encanta el post... no dejes de ser niño, que digan lo que digan... serlo es mejor ;)

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    1. Muchísimas gracias, Irene!! Y a mí que me emocionan comentarios así :) Eso, eso, a ser niños que es lo mejor! :)

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