jueves, 19 de septiembre de 2013

La leyenda del marinero

Cuenta la leyenda que un marinero errante atracó en la bahía y se adentró tierra adentro en busca de nuevos horizontes. En sus ojos brillaba la Luna, su guía en mil viajes a ninguna parte, a donde regía el corazón y no le llevaría la estrella Polar.

Cuentan que encontró un árbol, un viejo roble bajo el que buscó cobijo para la fría noche. Bajo sus ramas apenas podía ver las estrellas que tantas noches le acompañaron, comprendió que aquella noche sólo los brazos del silencio le abrazarían.

A la mañana siguiente, un lobo salvaje le despertó. No gruñía, no le mordía, simplemente lamía las heridas de sus pies cansados. Aterrorizado ante tal encuentro, se levantó y con sigilo trató de alejarse. El lobo, lejos de abalanzarse sobre él, se quedó sentado mirando cómo a cada paso éste se sentía más y más tranquilo.

Recorrió mil y una tierras, a cada cual más árida. Sus pies parecían dos rocas sangrantes, su cuerpo ya sólo tenía el agua de sus lágrimas. Gota a gota su llanto dejaba un rastro tras de él, paso a paso sus fuerzas se desvanecían, hasta que finalmente cayó derrotado.

De repente, sintió que algo tiraba de él. Trató de gritar, pero ya no tenía ni voz. El lobo había vuelto y quién sabe hacia dónde le llevaba. Sólo sabía que no tenía otra alternativa, su destino estaba en las fauces de aquel pestilente y peludo ser.

Un sonido familiar rompió su lamento. Agua, ¡era agua! Aquel sonido era lo más hermoso que había escuchado jamás, ni las aguas de los siete mares le habían sonado nunca igual. El lobo le había arrastrado hasta el río, llegaba la hora de reponer fuerzas, sanar sus heridas y seguir su torrente hasta el mar.

Y así lo hizo, recuperadas sus fuerzas corrió junto al río, corrió y corrió hasta llegar al mar, donde esperaba reluciente su viejo barco solitario. Allí estaba, como si el tiempo se hubiera detenido desde la última vez que lo vio. Aún conservaba ese inolvidable olor a libertad.

Recorrió cada palmo de sus maderas, queriendo comprobar si aquello era un espejismo. Se asomó a la proa y vio de nuevo a aquel lobo mirándole desde la orilla. Algo le quemó por dentro. Levó las anclas, saltó del barco y dejó que partiera solo, vacío, sin más rumbo que el que la marea decidiera.

Había vivido mil aventuras, conocido a un sinfín de gentes, pero entonces, y sólo entonces, acababa de conocer el significado de la amistad.

¡Que tengáis un buen día!

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