Siempre he tenido cierta preocupación por no dejar pasar las oportunidades. No son pocas las veces que he hecho caso omiso a la intuición y el resultado ha sido el opuesto al que esperaba.
En el amor, tomé trenes que viajaban en la dirección equivocada después de llegar tarde a la estación. En el trabajo, emprendí nuevas aventuras que me llevaron a vender mi alma a demonios vestidos de traje y corbata. Y en la salud... bueno, no me quejo, supongo que en algo debía estar acertado.
Hoy he pagado mi condena, la que ataba mi alma a millonarios sin escrúpulos ni compasión. Desde hoy soy libre, y me encuentro a las puertas de los 26 delante de un papel en blanco en el que escribir mi vida, una nueva vida. La idea me apasiona y aterroriza a partes iguales, pero supongo que no es más que la emoción de no saber qué deparará el mañana.
La crisálida comienza a agrietarse. Los cerrojos y las cadenas ya no atan nada.
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